Cada vez que alguien que se considera peronista me habla de izquierda o derecha me quiero morir. Así de fuerte. Esas categorías yo las discuto, aunque tenga enfrente un título de politólogo. Porque de última te muestro el mío.
No hace falta ser peronista para ser kirchnerista. Eso es un mérito y un desafío de este proceso. Mérito porque acumula más masa crítica (aliados) para transformar. Desafío porque exige un proceso de formación política permanente en pensamiento nacional. De desgorilización permanente. Porque no hace falta ser peronista para ser kirchnerista. Pero no se puede ser gorila.
Cuando un compañero me dice “No, hay que meter un candidato que asegure el proceso, tipo Zannini, Abal Medina o Rossi” me quiero morir. Así de fuerte. Porque el compañero no está haciendo política, está haciendo ideología. Y no entiende al peronismo. No se peronizó.
El movimiento es amplio, nunca sectario ni excluyente. Pero boludeces no. Si el nuevo sigue diciendo “clase obrera”, fijarse, adentro se dice “movimiento obrero organizado”. Si se sigue diciendo “movimiento popular”, fijarse, nosotros decimos “movimiento nacional”. A leer a Jauretche viejo. Después sí, nos metemos en cuestiones más finitas como la izquierda nacional y si la traición de Urquiza fue en 1852 o 1862 y esas cosas.
El peronismo volvió al poder luego de 18 años porque amplió su base de sustentación. Incorporó a los hijos de la clase media, que lo había derrocado en 1955. La historia de Estela lo demuestra. La biografía de Rodolfo Walsh lo demuestra. Pero no es lo mismo haberse sumado a la joda en 1966/69 que en 1973/74. Porque hay un empalme con la resistencia peronista, se pasa la antorcha. Durante el “engorde” la lucha armada dejó de ser una herramienta más. Las organizaciones político-militares no fueron un punto de llegada, sino de partida. Los cuadros político-militares pasaron a ser cuadros militares-políticos. Nunca fue lo mismo ser peronista y montonero que montonero y peronista. El orden de los factores sí altera el producto.
Hoy el desafío no es el clasismo (o el leninismo, o el guevarismo) sino el progresismo. Artemio siempre lo dice: el kirchnerismo no es una “superación” del peronismo (como sostienen Forster y tantas otras vacas sagradas que inventamos y no tienen foja militante), sino la modalidad que adopta el movimiento nacional y popular en los años dos mil.
Si tiene diferencias (e incluso superaciones) respecto al peronismo, como la tolerancia con la oposición, la no censura mediática, el respeto por la identidad de género, etc., que son propias de la época y muy “made in 1983”. Pero se corre el riesgo permanente en la tensión y disputa “con el PJ” (¡política, no ideológica!) de que el progresismo, que es un aliado táctico, te conduzca ideológicamente el proceso. No porque Cristina sea “proge”, sino porque se hamaca para ganar autonomía frente al PJ. Como se hamaca en las provincias chicas para ganar autonomía frente a las provincias grandes (el radical santiagueño Zamora presidente provisional del Senado se explica por esas dos cosas por ejemplo. Para horror del progresismo).
Es verdad que 678 fue una herramienta imprescindible para romper el cerco mediático en 2009. Como lo fue la Ley de Medios. Como lo fue que aparecieran medios más ligados al gobierno como Tiempo Argentino o CN23. Como lo fueron los blogueros nac&pop también.
Pero esa etapa ya pasó, y leer a Jauretche es imprescindible. Porque te manda a leer revisionismo histórico para entender la contradicción principal. También es fundamental leer al General Perón, que la izquierda/progresismo ni siquiera sabe que escribió. Leer “Latinoamérica: Ahora o Nunca” o “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional” de 1974.
Pero sobre todo Manual de Conducción Política. Para darle la pelea a la antipolítica, que es nuestro peor enemigo. Transmitirle al pueblo cosas que la clase dirigente ya sabe, como hace Maquiavelo en “El Príncipe”.
Por eso fue hermosa le lección que les dio Néstor en esa mesa durante el “redradogate”, cuando les quiso hacer entender que necesitaba poner a uno “de ellos” que le respondiera a “él”. ¿“A quién querían que ponga, al flaco Kunkel”?
Te extraño flaco.
Al final no decís por qué la etapa de 6,7,8 ya pasó. No decís por qué fue una herramienta útil y ahora no hace más falta, si la Ley de Medios no logró su objetivo.
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