Meses atrás el panorama electoral argentino estaba clavado en los tres tercios: tanto Scioli como Macri y Massa (y no en ese orden necesariamente) oscilaban entre los 20 y los 27 puntos en las encuestas, determinando un escenario de tres tercios. Nadie ganaba en primera vuelta y el opositor que pasara al ballotage tenía la seguridad de ganar. Recordemos que el sistema electoral argentino para elección presidencial, luego del Pacto de Olivos, indica que el ganador se consagra presidente sin segunda vuelta solo si supera el 45% de los votos válidos o si saca 40% + 1 voto, con diferencia de 10 puntos al segundo.
Todo un desafío para el Frente para la Victoria, que veía articularse alianzas opositoras competitivas en varias provincias como Córdoba, Mendoza, Catamarca, Jujuy, Chubut y otras. La fortaleza inconmovible de Massa en la provincia de Buenos Aires, que concentra 40% del padrón nacional, era otro factor que se sumaba a esa cadena de triple empate.
Sin embargo el tiempo todo lo acomoda y Mauricio Macri mostró ser más virtuoso en términos maquiavélicos (astucia y fuerza para aprovechar la oportunidad) que Sergio Massa. O tener más fortuna, suerte. Fuera por sus asesores electorales, por la ayuda de la fracción conservadora del radicalismo, por la conveniencia del gobierno a jugar a que la dinámica kirchnerismo-antikirchnerismo angostara la ancha avenida de Massa y lo deje en un no-lugar; lo cierto es que Mauricio Macri acumuló una serie de triunfos políticos, algunos simbólicos y otros más bien materiales como el apoyo de la cúpula del empresariado argentino.
El gobierno por su parte logró sortear el caso Nisman sin que lo afectara electoralmente, capitalizó el repunte económico que desenmascaró los pronósticos apocalípticos, sosteniendo el nivel de empleo y consumo, bajando algunos puntos la inflación. Si las paritarias logran superar la inflación y el salario real vuelve a ganar unos puntos, la sensación de bienestar social impactará en el proceso electoral.
Es en medio de la creciente polarización entre Scioli como candidato más potente del kirchnerismo y de un Macri como referente de la oposición no peronista unida, que comienza el ciclo de fugas desde el massismo, como bien lo señala Diego Genoud. Fugas de intendentes aliados, retaceo de apoyo empresario, internas ventiladas mediáticamente, y un lugar de no-gestión fueron algunos factores que hicieron que Massa ya no sea hoy “un tercio” de la torta electoral. Se va desarrollando una paradoja: la principal debilidad de Macri y la principal fortaleza de Massa se atraen.
Macri no logra hacer “pata ancha” en la Provincia de Buenos Aires, con mayoría de identidad peronista. No es casualidad que su incansable candidata Maria Eugenia Vidal, que mide entre 12 y 16 puntos según que encuesta se mire, tire flores al peronismo con frases en un reportaje de Infobae tales como: “Les reconozco que en estos últimos 25 años han parado la olla solos. Para la gente, cuando está en problemas, el que está es el intendente” o “Scioli es alguien que ha tenido buenas intenciones, y le destaco su vocación de diálogo…Scioli no pudo, más allá de sus intenciones”. Tampoco la “estructura” del radicalismo bonaerense, que garantiza fiscales y acaso algún que otro candidato a intendente competitivo en el interior de la provincia, logran conjurar ese mal electoral.
Por su parte, el massismo pasó de la sobreabundancia de precandidatos a gobernador (recordemos: Giustozzi, Solá, Posse, casi Insaurralde, Francisco De Narváez y Mónica López) a ser rehén de su único candidato con potencia en intención de voto y dinero para financiar su campaña: Francisco De Narváez. Es que hoy por hoy, Massa es casi un rehén electoral del colorado, que ya mide más que él en suelo bonaerense, acaso por su fuerte instalación nacional y desgaste. Massa no tiene hoy ya margen para “bajarse” de la presidencia a la gobernación. No sólo porque falló en el timming, sino porque el propio De Narváez no permitiría que le arruinen el negocio así, y ya no queda claro quién necesita a quién en términos electorales. Si De Narváez quisiera un candidato a presidente con buen volumen electoral tal vez optaría por inclinarse hacia Macri. Y a la inversa. El problema de este nudo gordiano electoral es que Macri, a pesar de conocer a De Narváez hace décadas, le desconfía por su actitud post 2009 donde se sintió usado. Teme que la alianza electoral se rompa a poco de andar y se transforme en un problema de ingobernabilidad. Por eso prefiere una “fórmula pura PRO”, pero se sabe la necesidad tiene cara de hereje. Por eso pierden valor rumores de una candidatura de Niembro a vice de Vidal, ya que siendo un primerizo seguramente prefiera un cómodo destino de primer diputado nacional al tan expuesto cargo ejecutivo bonaerense al que no aporta los suficientes votos por más conocimiento público que tenga.
El periodista Pablo Ibañez puso el ojo en un dato revelador: en todas las elecciones en las que jugó a lo largo de los años, Felipe Solá siempre terminó en la boleta de “la vereda donde da el sol”. Habrá que reconocer sin duda el olfato político del ex gobernador y preguntarse si no es un indicador suficiente que esté funcionando como jefe de campaña de Francisco De Narváez.
Desde el macrismo quieren que Massa “vaya al pie”, rendición incondicional. Según Diego Genoud “Sergio tiene que salir a negociar a los próximos días porque si no se le desbanda todo”, advierten. El optimismo es tanto que –según declaran- ya no le pueden ofrecer ni la gobernación bonaerense. “Eso era en marzo, ahora ya no”. Ibañez en su nota aborda las negociaciones que se dan entre el el massismo y el macrismo “en off”: “La charla en Tigre, el lunes, se licuó cuando Monzó le hizo a Massa la “última oferta” de Macri: avanzar en un acuerdo, ahora que todavía mide, pero en términos hirientes que implicarían la autoexclusión del tigrense como candidato a cambio del ingreso del esquema del FR en las boletas del PRO. Algo así como un massismo sin Massa”. Se asegura que el diálogo está al nivel de Malena Massa-Nicolás Caputo, que son las dos personas con más chance de convencer a sus respectivos jefes (¿socios?) políticos.
Un sector del kirchnerismo prefiere un escenario estilo peronismo versus antiperonismo, donde creen que la “continuidad con cambio de estilo” que implica Scioli, le ganaría al cambio conservador que propone Macri, que se esfuerza en suavizarlo día a día con promesas de conservar logros sociales o guiños al peronismo. Sin embargo un Massa debilitado por debajo de los 15 puntos puede obrar el milagro de crear un frente solido del antiperonismo que no solo fuerce un ballotage sino que haga imprevisible su resultado.
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